martes, 28 de julio de 2015

A vista de pájaro

Un sol radiante en el cielo. Todo despejado. Con el traqueteo del motor y una leve inclinación de la palanca hacia atrás, de pronto el suelo se hace pequeño.
Al principio no puedo hacer mucho caso al instrumental. He metido la cabeza en aguas en las que no me veía los pies; he trepado paredes que hacen marearse a más de uno, y he podido salir, perdido en la noche, de lugares que no conocía, al amparo siempre de alguna buena luz y la cabeza fría. Esto supera todo eso.
Los coches, como hormiguitas llevando comida, se ven pasar en filas, siguiendo el asfalto, que no es más que una línea pintada en el suelo, lejos, allá en el mundo. Pero ya no estamos en él. Ya lo cantaba el Pirata:
Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra,
que yo tengo aquí por mío...
...El cielo. Aquí el asunto es diferente. Cada elevación sobre el terreno implica un traqueteo más o menos inesperado y, a veces, un leve tirón lateral o vertical de palanca, que hay que compensar cuanto antes, no vayamos a perder el punto de vista.

Desde esta posición la tierra no es sino un tapiz que se extiende a nuestros pies. El azul claro del agua dulce, el verde de los bosques y el azul más extenso sobre nuestras cabezas (y más oscuro cuanto más alto). Aquí no se podrán cultivar patatas, o hacer casas, pero la sensación de libertad tiene tres vertientes y no dos: alto, ancho y largo, tanto como alcanza la vista.
¿Y a qué viene todo esto? Muy simple. A que, evidentemente, uno de los puntos de nuestra ronda nos lleva, inevitablemente, a la city. Con las formas caprichosas de las calles poniendo orden entre el desparrame de las casas, que parecen querer esparcirse por el terreno pardo que hoy las rodea, y a quienes sólo un cinturón verde contiene.
Después marchamos, adelantamos alguna nube rezagada, y saludo a los molinos de Leoz, que sestean y no contestan con los brazos (sólo los despierto con la bici, y mira que hoy el ruido es mayor). Vemos las cuatro esquinas del viejo Reyno, pasamos raspando la sierra de Leyre y vemos elevarse, más hacia el norte, los macizos grises y serios del Pirineo. Quizás otro día. Hoy estoy contento por haber visto mi pequeño mundo a vista de pájaro.

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