jueves, 16 de noviembre de 2023

Buen viaje

La primera vez que te vi, medio a oscuras, eras un cuerpecito pequeño y flaco, pelo negro y largo, flequillo azabache sobre ojos marrones y gesto asustadizo, pues era todo nuevo para ti.

Dejaste de ser un cachorro casi sin darme cuenta, e hicimos migas. Tu mirada se transformó en curiosa y divertida. Defensor acérrimo de su casa, jardín y huerta, guardián de su gran familia, sin embargo vernos era sinónimo de saltos incansables hasta que te abrazaba y levantaba. Cómo una bola de pelo podía dar tantísimo cariño...

Fuiste creciendo, y con el tiempo te convertiste en un explorador. Hacías ejercitarse en el arte de la carrera silvestre a conejos imprudentes, algún que otro corzo y a los pájaros que osaban andar demasiado cerca. A veces, bosque a través, te perdías en búsquedas sigilosas entre encinos y pinos, y sospecho que alguna vez llenaste el buche a costa de algún ratón despistado.

Fiel a tus amos, desde la estoica soledad del vigilante, sobreviviste a días de fuego y tormentas, a la nieve y la lluvia, a cubierto en tu caseta, oído y olfato finos y atentos a la puerta. Guardaste y acompañaste a los tuyos, a veces un poco bruto, pero con esa expresión traviesa, inconfundible y graciosa.

Sabías poner carita de pena cuando te convenía. Ya sabes; cuando íbamos muy lejos y llevaba comida para ambos; cómo olvidar aquella vez en la nieve, cuando te acabaste tu almuerzo de un bocado y, como yo seguía con el mío, me empezaste a echar nieve con el hocico para ver si caía algún pedazo más (e inevitablemente, entre risas, cayó, claro).

Compañero atento, recorriste cada sendero, cada ladera, cada bosque, un poco más adelante o más atrás, pero siempre a mi costado, sin descanso, sin queja. Camarada fiel, hocico al suelo, heredaste en poco tiempo el cargo vacante de ser mi sombra de cuatro patas. Y lo hiciste bien, amigo.

Hoy has marchado de paseo por última vez. Más quieto, más silencioso que de costumbre. Queda, otra vez, vacío el puesto de ser mis vista y oído, mi guía y guardián en el bosque, mientras resuena el eco de tu mirada en mi recuerdo.

Como no pude darte un último abrazo, hoy soñaré con tus ojos marrones, con tu compañía silenciosa, tu calor y cariño incondicionales.

Buen viaje, Beltza.

(2008-15/11/2023)

martes, 28 de julio de 2015

A vista de pájaro

Un sol radiante en el cielo. Todo despejado. Con el traqueteo del motor y una leve inclinación de la palanca hacia atrás, de pronto el suelo se hace pequeño.
Al principio no puedo hacer mucho caso al instrumental. He metido la cabeza en aguas en las que no me veía los pies; he trepado paredes que hacen marearse a más de uno, y he podido salir, perdido en la noche, de lugares que no conocía, al amparo siempre de alguna buena luz y la cabeza fría. Esto supera todo eso.
Los coches, como hormiguitas llevando comida, se ven pasar en filas, siguiendo el asfalto, que no es más que una línea pintada en el suelo, lejos, allá en el mundo. Pero ya no estamos en él. Ya lo cantaba el Pirata:
Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra,
que yo tengo aquí por mío...
...El cielo. Aquí el asunto es diferente. Cada elevación sobre el terreno implica un traqueteo más o menos inesperado y, a veces, un leve tirón lateral o vertical de palanca, que hay que compensar cuanto antes, no vayamos a perder el punto de vista.

Desde esta posición la tierra no es sino un tapiz que se extiende a nuestros pies. El azul claro del agua dulce, el verde de los bosques y el azul más extenso sobre nuestras cabezas (y más oscuro cuanto más alto). Aquí no se podrán cultivar patatas, o hacer casas, pero la sensación de libertad tiene tres vertientes y no dos: alto, ancho y largo, tanto como alcanza la vista.
¿Y a qué viene todo esto? Muy simple. A que, evidentemente, uno de los puntos de nuestra ronda nos lleva, inevitablemente, a la city. Con las formas caprichosas de las calles poniendo orden entre el desparrame de las casas, que parecen querer esparcirse por el terreno pardo que hoy las rodea, y a quienes sólo un cinturón verde contiene.
Después marchamos, adelantamos alguna nube rezagada, y saludo a los molinos de Leoz, que sestean y no contestan con los brazos (sólo los despierto con la bici, y mira que hoy el ruido es mayor). Vemos las cuatro esquinas del viejo Reyno, pasamos raspando la sierra de Leyre y vemos elevarse, más hacia el norte, los macizos grises y serios del Pirineo. Quizás otro día. Hoy estoy contento por haber visto mi pequeño mundo a vista de pájaro.

sábado, 29 de marzo de 2014

Un río con personalidad

Aunque el tema se aleje un poco de la gran urbe que es Orísoain, quería compartir un vídeo encontrado hace poco sobre una parte del medio valdorbés al que a veces se pasa por alto... Menos cuando llueve, claro.


El Centro de Recursos Ambientales de Navarra (CRANA, al filo de la desaparición, por cierto) ha elaborado un vídeo en primera persona sobre el río Cidacos, que nace y se nutre en su infancia y juventud de todos los ríos, arroyos y barrancos valdorbeses.

Además de bien hecho y entretenido, nos hace tener en cuenta que, a parte de sobre tierra, no podemos evitar caminar y vivir entre el agua. Recurso importante -imprescindible- al que muchas veces no prestamos atención (menos cuando falta), y sobre el que frecuentemente no dejamos más que basuras y desperdicios, olvidando que, tarde o temprano, todo va a parar allí, y que en su fondo también hay vida, y que la nuestra depende de él y de todos los demás cursos de agua.

Os invito a echarle un vistazo a esta historia de un río con personalidad.

martes, 4 de febrero de 2014

Montañeando II: Orísoain - Sierra de Izco



Es domingo, y amanece en Orísoain con San Pelayo peinando canas. Así que la eleccción de hoy no es difícil. Vamos a pisar un poco de nieve.

Salimos de la City a las 8:58, caminito de San Pelayo (9:47). Nos encontramos con esta invernal estampa, y subiendo a la torre del vértice geodésico, vemos que toda la Valdorba norte (y parte del extranjero) tiene la cabeza blanca.

Con esta vista, y puesto que vamos pronto, el plan es llegar hasta donde se pueda por el camino que parte a la izquierda de la puerta de Sabaiza, pero cuidando de estar de vuelta a una hora prudencial.

Se agradece que, por un día, no haya tantísimo barro. Por una vez, el firme sobre el que nos movemos es sólido, y no salpica.

Continuamos por el camino que sigue por el monte, hacia la borda de lo alto de Uzquita, donde nos cruzamos con un par de senderistas. La tranquilidad del recorrido se agradece bastante, después de una semana agitada.

El sol va elevándose por la derecha, y lo que antes era nieve dura comienza a reblandecerse. A los lados del camino, y en las roderas, se van formando hilillos de agua poco a poco. A pesar de todo, no hace nada de calor, y la ropa no estorba aquí arriba. Pero se ve que, en los valles verdes, el invierno no es tan crudo.

Como dije anteriormente (ver Montañeando I), aquí arriba el viento ha campado a sus anchas en fechas recientes. Aquí podemos ver otro árbol, no hace mucho todavía en pie (las hojas están verdes), de grosor considerable, tumbado por la mala leche de alguno de los últimos vendavales.

El caso es que caminando, llegamos al alto de Uzquita, junto a lo que queda de la antigua borda (11:00), momento del primer tentempié.

Mi sombra de cuatro patas y hocico curioso intenta arrimarse demasiado al zurrón donde llevo el almuerzo, y como no le doy (es un pedigüeño) y es un poco cabroncete, mete la nariz en la nieve, y se sacude junto a mí (dos veces). Cuando acabo le doy su parte, pero le dejo bien claro que mi comida no se toca.

A partir de aquí, tomamos la pista de gravilla blanca a la derecha del cruce, y marchamos hacia arriba, hacia los molinos. Cogemos un alcorce a la izquierda, que nos ahorra un poco de pista, pues es un camino antiguo, de tierra y hierba, aunque ahora está en sombra y cubierto de nieve (hay casi un palmo en algún punto, por lo mullido de la hierba).

Y siguiendo por las pistas de gravilla y alguna exploración infructuosa de caminos alternativos, llegamos a la entrada de Sabaiza (11:55), donde sólo nos asomamos.

Como he dicho, seguiremos un poco más por el camino que parte a la izquierda, que a estas horas, con el solete cayendo de lleno, ni está tan sólido ni tan poco transitado como lo recorrido hasta el momento (hay huellas de lo que supongo es un todoterreno, y trozos de hielo junto a los charcos que parecen haber sido resquebrajados por el peso de algún vehículo).

Cuanto más avanzamos, más barro. Estos caminos, menos cuidados que los anteriores, tienen completamente anegados por el agua algunos tramos, aunque aún quedan zonas donde hasta mi sabueso y curioso amigo, mago de los equilibrios cuando quiere, da algún resbalón sin consecuencias, empeñado en caminar por donde la nieve agarra menos.

Al final, siendo ya una hora más que suficiente para ponernos a comer (12:58), y con esta espléndida vista de la peña Izaga, otro pequeño bocadillo y un poco de fruta nos hacen reponer fuerzas, junto al molino A2.11, que lógicamente es de mástil azul (ver el gran debate filosófico y trascendental de Ciclorrutas IV).

El retorno no es tan interesante. El rápido descenso hasta la puerta de Sabaiza (13:55), saltando de donde hay mucho barro a donde hay más, lo hacemos sin, milagrosamente, rompernos nada, para volver después a acabar los restos del almuerzo, en la borda de Uzquita (14:34), ya casi sin nieve. Y de ahí a San Pelayo (15:46), donde dejamos reposar un poco el cuerpo en el banco junto a la ermita antes de volver a casa (16:50).

En resumen: un poco palicilla para los que no estamos en buena forma, pero con almuerzo y agua, es mucho mejor que pasar el domingo sentando frente a la tele o el ordenador.

¡Hasta la próxima!

domingo, 26 de enero de 2014

Montañeando I: Monte Julio

Sábado 25 de enero. El día amanece gris y quizás llueva, pero tenemos un objetivo.

Salimos de la City a las 11:33. La fuerte ventolera casi provoca que mi colega cuadrúpedo, pasada la Cruz de Ujué, haga parte del camino volando. Pero, como hormiguitas, nos aferramos al suelo, y seguimos.

Por las pistas llegamos al bonito sendero que sale desde las proximidades de Amatriain, señalizado como recorrido corto (verde y blanco), y tiramos monte arriba, hacia San Pelayo. Esta parte del recorrido parece un película de vaqueros: tiros por todas partes y gritos no muy lejanos. Digo yo que en el camino estaremos más seguros que en el campamento indio.

En un momento, junto a la valla que hay en el límite del camino, a unos cinco metros, aparece el señor jabalí, apresurado. Se nos queda mirando un momento. "Tranquilo, somos legales", le digo con la mirada. Aunque después de la breve parada, sigue corriendo y se come la valla con los morros. Pero en un ágil movimiento, juramentos de jabalí de por medio, se da la vuelta y se marcha por donde ha venido. Le oímos murmurar: "¡hasta luego! ¡hasta luego!" Y al poco un primo lejano de mi colega aparece galopando, del mismo lado de la valla que el regordete jabalí: "¡¿Dónde está el señor jabalí?! ¡¿Dónde está el señor jabalí?!" Pero, jadeando como va, no se detiene, y no nos da tiempo ha responder.

A las 12:36 llegamos a lo alto del camino, habiendo dejado poco antes el desvío a San Pelay. Esta vez vamos con rumbo este, y tras dejar a dos señores vestidos de naranja y a un francotirador regordete y veterano al borde del camino y con su gorro para la lluvia bien calado en el cogote, todo está despejado.

Aunque estas dos fotos son de la semana pasada, se ve que el viento ha campado a sus anchas también por las alturas valdorbesas (y el crujir de los pinos nos los recuerda). Eso o han puesto (¡por fin!) señales saltarinas, que se retiran cuando no hay tráfico.


El caso es que, andando andando, llegamos (~13:30) a la borda sobre Uzquita (o lo que queda de ella), y decidimos tomar el desvío a la derecha, siguiendo la continuación pista blanca que sube desde este pueblo. Y caminando junto a más molinos, viendo a los caballos hacer el vago en la hierba y saludando a un transeunte parado que almuerza lo que parece ser queso, y que hace que mi estómago me reprenda ("deberías haberte cogido algo para ti, y no sólo las p###s galletas de este"), llegamos a un sendero que sale a la izquierda de la gran avenida que es la pista que lleva a Guerinda (ver ciclorrutas III y IV).

Sabemos a dónde queremos llegar, pero no dónde está, con exactitud. Mas por lo visto en los mapas, debe andar cerca. Seguimos este sendero poco transitado, hoy cubierto de un barro bastante resbaladizo, y subiendo un poco más... ¡Eureka! ¡Lo encontré!



 Nos ha costado lo nuestro, pero por fin ha aparecido Monte Julio (998msnm), cima esquiva en los viajes sobre ruedas.

Satisfecho el objetivo principal (14:26), allí, en la muga de la Valdorba, volvemos sobre nuestros pasos, caminando bajo los molinos, y llegándonos de nuevo a la borda desmontada sobre Uzquita (15:15).

Una breve parada y continuamos por el camino que va desde allí hasta San Pelayo. Por el camino encontramos a alguno más de los tipos disfrazados de butaneros, que están de recogida canina.

Hacia las 16:20 subo los peldaños de la atalaya que es el vértice geodésico de San Pelay, y una vez más Izaga se alza a lo lejos, y más allá, en el horizonte, al este, las cumbres canosas del Pirineo. Al bajar, el banco de piedra de la ermita se hace cómodo después de la caminata, pero pensar en el sofá de casa se hace todavía más cómodo, así que sobre las 17:30 llegamos a puerto, hasta la próxima vez, cumpliendo en esta ocasión el objetivo secundario de llegar -hoy sí- antes de acostarse el sol.

En conclusión, hemos encontrado el monte escondido, dado un buen paseo y cumplido con el horario establecido. Así que podemos decirlo alto y claro:


¡Hasta la próxima!

lunes, 16 de diciembre de 2013

Un domingo de otoño

Hoy ha sido un día especial en Orísoain.

El día ha comenzado espléndido. El cielo despejado, azul. El aire frío, pero completamente claro.


Los coches han ido llegando. Han aparecido, primero poco a poco, y después en tropel, cientos de personas, algunos perros y hasta algún jabalí. La paz del lugar se ha ido por unos instantes, pero para traer otra cosa. La XII Feria de la Trufa ha tenido su punto culminante y final en Orísoain.

Después ha llegado la tarde y bajo el agitar del viento, haciendo la ronda por las highlands, hemos vuelto la vista atrás y nos hemos visto caminando sobre el mar de nubes.



Desde el valle del Ebro, un ejército vaporoso ha ido cubriéndolo todo, ganando altura firme pero lentamente. Escondido tras la cima pétrea de Moncayo, lejos, el sol oculto no ha dado hoy paso a las luciérnagas que son, desde la altitud, las farolas de los pueblos.

Hoy ha tocado, volviendo ya a casa, ver desaparecer el disco blanco y resplandeciente entre una patanlla albina y espectral que, en unos veinte metros, ha cuberto camino, árboles y el mismo cielo. Sumidos en la espesura que acariciaba los pies del pueblo ha concluido este último domingo de otoño.

martes, 26 de noviembre de 2013

Por la noche


El sol, como una estrella fugaz, ha caído hace rato entre las sombras. Las nubes, en la noche oscura, se ocupan de guarecer de nuestra vista las centellas titilantes del cielo. Parece que la oscuridad gana la batalla. Sin embargo, algo aparta la bruma y la negrura nocturna, y nos infunde el coraje necesario. El frío nos hace sentir vivos de nuevo, y continuamos.

Subimos a seis patas, pero con sólo un par de botas. Hocico al suelo uno, y vista hacia arriba el otro. Los robles y los encinos, siempre juntos, son los primeros que nos dejan pasar. Luego los pinos, con sus murmullos siseantes en la ladera, suaves como la mar tranquila, nos harán compañía hasta arriba.

No hay ahora ladronzuelos gargamelinos con cestas. No huele a pólvora, ni se ven destellos entre los arbustos. Ni si quiera los pajarillos se agitan, ocupados en no perder ni una miaja del calor y el sueño que tanto les ha costado ganar. La noche es nuestra y, paso a paso, el disco blanco, entre las nubes ahora tenues, nos muestra el camino, ya conocido, hasta que llegamos a la cima.

La ermita ha abierto sus puertas a la calma, que habita entre sus paredes de piedra a la luz de algunos mediodías concurridos. Con el hocico pegado al suelo mi sombra sigue buscando y rebuscando, dando vueltas de aquí para allá. Yo subo los peldaños, y sé que en ese instante no me quita ojo; no le gusta demasiado verme subir tan alto. Quizás me lee la mente, y sabe que, a veces, como el Principito, me gustaría saltar a mi asteroide, a cuidar de los baobabs, y de alguna rosa. Pero esta noche la luna vigila, y no puedo dar ese paso.

En cualquier caso, no me hace falta ir más lejos. No a mí. La vista es maravillosa. Aunque no pueda reflejarse bien en mi cámara, quizás se invente el artilugio que lo pueda extraer de mi recuerdo. El cielo oscuro de allá afuera, libre por un instante de vapor, está oculto por un reflejo blanco azulado, que abarca todo lo que se ve: al norte las montañas firmes y erguidas; al este, a lo lejos, más allá de muchos valles, cumbres más altas resplandecen, aunque hoy no las puedo ver, mas las añoro; al sur, tierra cada vez más conocida, grupitos de luciérnagas anaranjadas yacen sobre terreno llano, Guerinda entre medio, y los amigos de Don Quijote saludando, con la nariz roja.

Y al salvaje y lejano oeste, que veré al bajar (los pinos me ocultan ahora el bosque), por el camino que tiene esta luna generosa que recorrer, resplandecen las mil luces de Pueyo, guardando los caminos, como un pequeño faro hundido entre un mar de olas verdes, ahora negras. Cuento tres gigantes resfriados y más puntitos naranjas en la capital valdorbesa, y otras más allá, más lejos, casi bañados por el Arga.

Pero no puedo quedarme mucho. En lugar de olisquear, ahora me llaman con aullidos quejosos. Me despido de todos, y bajo a la tierra, donde las boas no comen elefantes, y son sombreros. Sí, sí, ya estoy aquí. Le remuevo el flequillo con la mano, sobre sus ojillos marrones. Respiro esa calma una vez más, y decidimos descender. Aunque no se distingue, el disco blanco posa un momento; un posado entre ramas de pino, pero la cámara no está atenta y no lo ve bien.


Tras el paseo, llego a casa, y el fuego de los que nacieron en esos bosques me devuelve lo que el aire gélido no me ha dado hoy. Al calor del hogar, recuerdo cómo ha empezado el día. Con la misma luna, pero en otro ambiente. Carretera, no muy lejos de allí, hacia calles de otro tiempo, en los altos, estrechas, cerradas y frías. El termómetro tirado por los suelos, puede que más que durante la caminata, nos mantenía despiertos. Pero el asfalto triste y gris era igual de poético que la quietud forestal bajo esa luna que, por encargo del sol, nos aleja las tinieblas.


Y sin embargo, lírica a parte, la noche es poesía, pero no deja de ser peligrosa. Aunque, como el despertar con aire frío en la cara, la vida se siente mejor cuando eres más consciente de que, entre otras vidas, sólo eres una más. Otro puntito bañado por la luna blanca y misteriosa, por la oscuridad del mar en el que no ves el fondo, o por el cielo color azabache.

lunes, 17 de junio de 2013

En junio... aguas mil


Ya llegó el verano, ya llegó la fruta, tralarí, tralará. Pero lo que ha llegado sobre todo es el agua. Y no, no me refiero a la apertura mundial de la temporada de la SCDR Cemboráin este pasado fin de semana (visitadla, que no os lo cuenten).

No, no. Me refiero a la costa. A la costa de Orísoain. Que está San Pelayo que lo tira todo (sobre todo agua).

Para poder llegar, puede usted partir de Orísoain, andando y andando por el camino de Amatriain, desviándose hacia el camino del Roblar, no yendo por éste -que ha desaparecido en una especie de agujero de gusano de matojo hiperespacial transdimensional y hacia abajo- y tomando otro que va hacia la derecha. Dejará enseguida una borda a su derecha, trigales u otro tipo de cultivos tirando a verdes a ambos lados y según la época del año, con la prominencia omnipresente de San Pelay (7432 metros sobre el nivel de una piedra enterrada muy hondo, 966 metros sobre el nivel del Cantábrico) a su izquierda.

A su derecha, tras pasar una fronda costera de robles mediterráneos mecidos por la brisa marina, llegará al gran mar. Prepárese y disfrute de días de sol en las verdes playas.

¿No me creéis? Pues mirad:



Un saludo y feliz verano.

PD: El tránsito por la Avenida de la Costa Norte puede ser fangoso y complicadillo sin embarcación o botas impermeables (a gusto del consumidor).

PD2: Se va a organizar una expedición para buscar tesoros sumergidos. Pueden apuntarse en la taberna del puerto deportivo.

PD3: La taberna del puerto deportivo y el mismo puerto pueden estar todavía sin acabar. Es por la crisis.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Ciclorrutas IV. Valdorba oriental (montes de la Valdorba)

Orísoain, último miércoles de agosto.

Me levanto temprano, y desayuno bien, porque la ruta que tengo pensada hacer hoy me va a costar un rato. Aunque la pereza es inmensa, y sólo las farolas y los tardanos de fiestas de Barásoain se resisten en algún lugar a la boca negra de la noche.

Salgo a las 6:46 de Orísoain, dejándome caer por la carretera (NA-5152), hasta salir a la comarcal (NA-5100). Tras pasar sobre el río Cemboráin, o lo que queda de él, tomo el primer cruce asfaltado a la derecha. Es la pista que comunica Orísoain con Eristain y Solchaga.

Cruzo la carretera (NA-5151), junto al pozo, y sigo por la carretera sin nombre que me llevará a la de Mairaga, al cruce de Olóriz (NA-5010). La sigo dando pedales, pasando por Oricin (7:06) y junto a un campo donde el sonido repetitivo de la bici hace que una familia de jabalíes que desayunaban algo se alejen del borde de la carretera (7:09).

Enseguida llego al cruce de Unzué, rumbo al Carrascal. La peña me mira, erguida entre la oscuridad que antecede al alba, como preguntándome porque dejo la Valdorba; pero no lo hago, luego nos vemos, le contesto... Quito ya las luces de la bicicleta, y me meto en el bosque de la campa (7:13); espero que por aquí no anden ahora muchos jabalíes. Lo que si me sale es un conejo, a toda pastilla en cuanto me acerco (7:14) al salir a la vía de servicio de la autopista. Tras algunos botes alcanzo el cruce con la pista asfaltada de las canteras. Parada técnica (7:19-7:22) para quitarme el chaleco reflectante. Aunque está nublado, habrá luz la próxima vez que pise la carretera.

 


Y ahora empieza lo bueno. Tomo el camino de la pequeña foz de Peñartea (7:27), y doy un buenos días a los soldados que se equipan para su mañana de prácticas en la pared. Pero ni me contestan; me parece que lo último que se esperaban era a un pirado con la bici a esas horas por allí. El ascenso es majo; al principio está bien, pero luego hay algún que otro escalón.

Vuelvo a la Valdorba al entrar en el camino recto que atraviesa el pinar (muga de Unzué) y divisar, ya con la luz del amanecer que dejan pasar las nubes, el perfil de la Peña Unzué (7:40). Aunque recuerdo que había camino por la derecha, decido ir a lo seguro, y me voy por la izquierda, porque sé que aquel ramal enlaza con las pistas que hicieron para sacar leña hace pocos años. Alcanzo el cruce con la pista de gravilla blanca (7:47), que luego pasa a ser una cuesta de cemento.

Llego a Unzué y por un lugareño me entero de que el camino a Echagüe se coge donde las piscinas. Tras una pequeña búsqueda (7:57) lo encuentro por fin (en la calle homónima, claro) y lo sigo. Es la peor parte del camino; si subiendo por Peñartea había escalones, aquí hay que trepar directamente con la bici por algunas piedras. Si no se tiene cierta velocidad y no se abordan los peldaños por el punto más estrecho, podemos caer o deslizar. Menos mal que llego, de una santa vez, a la carretera de Echagüe (NA-5030) y poco después al cruce de la pista del parque eólico (8:11).

Asciendo por la pista de gravilla hasta alcanzar mi referencia particular, B1.12 (8:38). Y sigo y sigo por el parque eólico en una jornada casi perfecta: nublado, calor justo, escasa circulación y naturaleza circundante hermosa. Algún caballo se me queda mirando al pasar, pero no le devuelvo el saludo porque mi pensamiento se bate contra sí mismo en dos debates trascedentales: el primero, es sobre si todos los molinos de torre blanca se llaman BX.X y los azules AX.X o si no tiene nada que ver; el otro es sobre si, en los últimos molinos, cubierto de nubes, me lloverá o no. Ambos serán desvelados más adelante.

Yendo hacia el último tramo de molinos cojo una cuesta recta que ya conocía de otra vez (ver el capítulo II de las ciclorrutas) y viendo que no viene nadie alcanzo el pico de velocidad de la travesía casi sin darme cuenta. Y no lo digo más que para advertir: ojo, aquí toda precaución es poca. Un leñazo bien dado, además de que salvo los de mantenimiento del parque no pasa ni cristo por ahí, puede ser fatal.


Llego por fin al útlimo tramo de molinos (los bautizo como los Molinos Azules, por el color azul de su torre), saco una fotico al valle de Leoz (9:00), me regocijo con la vista y me pongo a almorzar junto al último de los molinos, llamado A4.10 (9:04).


El medio bocata de chorizo y queso me sienta tan bien que estoy a punto de comerme allí mismo el otro medio, pero me contengo, que todavía me queda un trozo. Media botella de agua, y a la bici de nuevo. Me da pena irme, se está a gusto, pero bueno, hay que seguir. Al menos no ha llovido.

Continuo por la pista forestal (9:10) un pequeño tramo. Al salir a la cresta del monte, obtengo una visión espectacular del valle de Ibargoiti, y paro para sacar un par de fotografías de la Higa de Monreal y la Peña Izaga (9:13) con sus sombreros de nubes.


Después de esto, una cuesta abajo y me topo con el cruce (9:15) que me puede llevar a Iracheta (derecha) o a otros desconocidos lugares si tomo la opción B (izquierda). A estas alturas me resulta meridianamente claro elegir. Adjunto imagen del cruce, con mi decisión (delego voto en mi bici).


Por aquí, entre gravilla y una cuesta de cemento al principio, se alcanza fácilmente Iracheta (9:27). Como probablemente parte del pueblo duerma todavía y soy buen ciudadano, me declino por no atravesarlo y bajarme por el camino que me conduce de nuevo a la carretera de Leoz (NA-5100). Remonto la carretera de Sabaiza (NA-5153) hasta llegar al portillo (9:56), de donde cojo la pista de gravilla, de nuevo, que me llevará hacia el parque eólico de la sierra de Guerinda.

Voy yo concentrado en el segundo dilema del día (¿A para azules, B para blancos?), cuando a las 10:00 clavadas me pasa por encima un helicóptero militar tipo Puma o Cougar, viniendo del oeste, dirección Sabaiza. Parece que los soldados se han aburrido de colgarse de la pared, y van a hacer algo más entretenido.

Cuando se va el pajarito, mi atención se centra en la puñetera cuesta de Monte Julio (capítulo III), que esta vez la subo del tirón. Y como sé que no va a haber mayor esfuerzo en todo el recorrido, decido que me he ganado un minipunto y el otro medio bocata, y me paro en una curva (10:20), antes de una bajada suave, y me como el otro medio bocata, y dejo seca la botella. Me queda poco, me digo. Son las 10:29 cuando arranco, siguiendo de lejos al otro ciclista que me ha preguntado al subir la cuesta de Monte Julio por el molino de piedra, y que por fin ha dado la vuelta (ya le he dicho que por ahí no era, pero se le veía con afán exploratorio).

Sigo con mi debate interior sobre el color de los molinos, pero en estas estoy cuando llega a mis oídos el sonido grave y cíclico de ¿una cafetera? ¡No! La mole verde un Chinook (10:32) pasa sobre el bosque en hacia Sabaiza. Más juegos de guerra, o los talibanes han llegado a Sangüesa. En cualquier caso, suena como un tractor Lanz, pero por el aire. Confirmo con pesadumbre cómo la memoria de mi teléfono se ha llenado, y no puedo sacarle una foto.

Y siguiendo por la pista, con todos los molinos saludándome como posesos con sus tres brazos, desciendo por la pista de cemento y llego al Alto Lerga (10:40), curzando la carretera que viene de Pueyo (NA-5110). Y sigo pista adelante, y venga pasar junto a los molinos, la Valdorba a mi derecha, la Ribera -tras Guerinda- a mi izquierda. Hasta que, por tomar una referencia, alcanzo un altico con el señor molino C2.7 presidiendo el lugar (10:47). Y aquí se resuelve el segundo misterio: no, no tiene nada que ver el color de la torre, porque C no sé de que podría ser, de cyan, o de color café, o crema, pero el palo de C2.7 es más blanco que la leche. Como no sea C de cebolla... 

Con el dilema filosófico del día resuelto alcanzo, por la pista de cemento que nace en el Alto de Lerga el molino de piedra (10:50), y vuelve la gravilla blanca a mi vida ciclista. A las 11:00 me percato de que la rueda trasera está un poco baja. Paro un momento a hincharla, temiéndome lo peor. Y continuo un poco, pero me doy cuenta de que sí, está pinchada, con lo que resuelvo parar en el primer molino que pille (11:11). Y le toca a B2.13 (¡13 tenía que ser!).

Y bueno, lo que pasa ahí es un cúmulo de despropósitos: estando ya a la vista de Sánsoain, quito la cámara e intento averiguar el origen del pinchazo. Y no lo veo, por más que lo oigo nítidamente a pesar de pesado del molino, que no para. Y lo siguiente: decido probar la cámara de repuesto antes de colocarla, que tiene algún parche ya. Y resulta que revienta por uno de éstos. Por suerte, más bocata no tendría, pero cámaras de reserva llevo tres. Y menos mal. Entre una cosa y otra, se me hacen las 11:34, con lo que me incorporo rápidamente al... ¿tráfico? Pista adelante, y caminito del monte Guerinda, y del cruce de Sánsoain (11:40), que alcanzo tras una bajada precavida (11:50).

Me tiro carretera abajo (NA-5163) hasta el cruce (11:53) con la de Olleta. Y de ahí (NA-5110) subo un poco, hasta que cojo la pista de cemento que me lleva a Bézquiz, de aquí la pista a la carretera de Amátriain (NA-5161), y de aquí a unos metros la pista asfaltada que me lleva a casa. Llego a la muga de Orísoain (12:16) y de ésta a la Cruz de Ujué (12:18) y de aquí a casa en un periquete (12:20), y al llegar sale el sol.

Y las conclusiones:
Tiempo total: 5h 34min. 
Tiempo de paradas (por almuerzo o reparaciones): 45min. 
Tiempo de marcha: 4h 49min. 
Distancia: 67'48Km. 
Velocidad media: 14'01Km/h. 
Velocidad máxima: 57Km/h. 
Velocidad mínima: 5Km/h (camino pedregal Unzué-Echagüe, cuesta de Monte Julio).

El recorrido está muy bien, ya que circunda la Valdorba por su zona más montañosa. Pero recordad llevar bien de agua, y cámaras de repuesto.

¡Hasta la próxima!

lunes, 27 de agosto de 2012

Ciclorrutas III: Valdorba sudoriental

Valdorba. Un viernes de agosto de 2012...

Dos intrépidos ciclistas salen de Orísoain (7:04) rumbo a Leoz (NA-5100). Pocos automóviles se cruzan en su camino; los pueblos de Artarian, Amunarrizqueta e Iracheta duermen; las piedras de Iriberri les miran tranquilas desde su fuerte de pinos sobre el valle; Leoz y Uzquita reciben a los viajeros con un clareo sobre el cielo, algo nublado.

Los ciclistas toman la carretera de Leoz a Sabaiza (NA-5153). El amanecer les recibe junto al portillo (7:55), pero con el sol a incipiente a la izquierda toman la pista blanca, rumbo al sur. El camino recorre la linde valdorbesa con el valle del Aragón, por la sierra de Guerinda; está bien marcado, pero el firme de gravilla muy suelto. Al poco de empezar, a la altura de Monte Julio, una fuerte pendiente hace detenerse a uno de los jinetes sobre dos ruedas, que no tarda en retomar la marcha. Después, las curvas provocan algún derrape. Pero todo marcha bien.

Los gigantes cervantinos saludan al paso con los brazos bien abiertos. Se acaban de despertar y se agitan al viento. El ulular triple de cada uno de ellos es la constante de esta parte del viaje. Un descenso y aparece la carretera (8:46) que lleva al Alto de Lerga (NA-5110), y tras ésta, a la derecha, el camino continua en forma de rampa de hormigón, hacia arriba. 

El camino se suaviza, hay menos desnivel, y siguen los aventureros a la sombra de los molinos. Junto al camino hay un molino reconstruido, que aunque ya no baila al viento instruye e inspira a sus jóvenes hermanos. Más adelante, llega un punto en el que una pequeña pila de hormigón se hiergue, como queriendo imitar a los molinos, pero sin brazos. Es el vértice geodésico (9:02) que reza lo siguiente: Monte Guerinda (878'30m). Es el punto que da nombre a la sierra; la vista es fabulosa. 

No extraña que quien subiese ahí en otras épocas se sintiese rey; la extensión de tierra es inabarcable. No sólo se ve la Ribera navarra entera, sino que a lo lejos, entre la bruma, el Moncayo inmenso mira de soslayo. Quizás en otra ocasión.

Algunos molinos se han detenido; más absortos todavía con las vistas que los viajeros, o quizás almorzando. En cualquier caso hay que volver a casa. Comienzan un descenso vertiginoso (9:05), en el que de nuevo el firme hace de la prudencia obligación, hasta que alcanzan Sánsoain (9:16). Entre el nuevo hotel y las instalaciones del tiro, otro descenso (NA-5163, carretera de Sánsoain) hasta alcanzar de nuevo la carretera que lleva al Alto de Lerga (NA-5110, cruzada antes), la cuál se sigue esta vez a lo largo de kilómetro y medio. 

Y tanto descenso trae sus consecuencias. Una rampa de cemento (9:26) es el único camino hábil por aquellos lares hacia Bézquiz. La subida comienza fuerte, pero se alcanza el casi despoblado enseguida (9:35). Sin acercarse al pueblo, por un camino se accede a la carretera de Amátriain (NA-5161), que los jinetes biciclistas recorren durante a penas trescientos metros. Un cartel de madera señala Orísoain por la pista asfaltada.

Por tierra de sobra conocida, pasan la muga junto a la fuente (seca) y alcanzan el alto de la Cruz de Ujué (9:44) y retornan al hogar (9:46). Una buena forma de pasar la mañana. Pan, queso, chorizo y bebida fresca calman al cuerpo.

Y el viaje en datos:
Tiempo: 2h 42min.
Distancia: 40'86Km.
Velocidad media: 15'13Km/h.
Velocidad máxima: 56Km/h (observada, en algún punto quizás haya sido algo superior).
Velocidad mínima: 5Km/h (en la falda de Monte Julio).

Esta vez no ha podido haber imágenes, pero ha hecho una mañana espléndida.

¡Hasta pronto!